En el panel de los Ex de Gran Hermano de anoche, su conductor tuvo un notable papel de moderador. Todos pudieron expresar sus opiniones sin preferencias en un panel conflictivo. Furia, limitada por el animador, debió abandonar su actitud insolente

Un claro contraste con Santiago del Moro, animador estrella de Gran Hermano 2024, se da los viernes en El debate de Los EX de GH. Cuyo moderador y conductor, Robertito Funes Ugarte, sostiene con solidez e imparcialidad el lugar de bastonero que le corresponde a quien ocupa ese puesto, esencial para que las opiniones y diversidades de los panelistas tengan espacio sin superposiciones ni interrupciones.

Con Robertito no hay furia
Funes Ugarte impuso su rol en varios momentos en que se generaba el ruido de voces que se enciman y no se escuchan entre sí ni dejan oir al televidente. Un hecho de carencia de profesionalidad muy frecuente y naturalizado en todos los magazines y ciclos con panelistas de la TV.
El conductor del Debate de los Ex contuvo y acotó las intervenciones de los miembros del panel, entre las cuales sobresalía la postura de Furia y su egocentrismo avasallante y por momentos prepotente.
Trayectoria y coherencia
De origen mendocino, Funes Ugarte a los 17 años se mudó a Buenos Aires para estudiar en la Universidad Católica Argentina (UCA). Fue pasante en el diario La Nación y posteriormente vivió en México y España donde trabajó en Televisa, Telemundo, Much Music y Telecinco.
Funes Ugarte se mostró consistente con sus actuaciones en la televisión y la radio desde hace más de 30 años. Mantuvo coherencia con el personaje que representa desde los 90 en variadas facetas
Tuvo su paso por la prensa escrita en las redacciones de las revistas Caras, Luz, ELLE, Vogue España, Esquire, Bacanal, Cuisine et Vins.
De vuelta en Buenos Aires fue cronista de la cadena CNN en Español en los programas Showbiz y Café CNN.
También fue periodista de moda y espectáculos en el canal C5N, así como animador del programa Bon Vivant, en Radio Rivadavia, y en Cotevá cotevá, en Radio Uno.
Desde un frívolo bailarín secundario en sus inicios en el programa matutino Movete, pasando por su lugar de movilero en Telefé Noticias, uno de sus últimos trabajos fue conducir el entretenimiento ¿Quién sabe más de Argentina?, un programa nocturno que llevó con mucha simpatía en la TV Pública pese al escaso despliegue que ese canal otorga a lo que no responde a la propaganda oficial.
Robertito muestra en El debate de los Ex de GH su digno y perspicaz sentido del humor, estilo y cordialidad. Sin abandonar su sólido carácter ni su fina cultura, hace valer su autoridad y equilibrio imparcial y prolijo para dirigir un debate por momentos desbordante y tendiente al caos, que él sabe moderar distinguidamente.
Santiago del Moro apagó el GPS y perdió el rumbo y el equilibrio
Santiago del Moro conduce Gran Hermano como un rock star rebelde y desprolijo. A veces es confuso en sus explicaciones sobre el juego y los chicos en la casa lo miran con respeto y cierto temor de rehenes, y no se animan a repreguntar, o decir no entendimos. El espectador en su casa tampoco puede pedir aclaraciones.
Muchas veces parecería que las órdenes y contraórdenes que recibe por la cucaracha (pequeño auricular que emite la voz de algún productor) lo embarullan más.
Es muy visiblemente cambiante en sus estados de ánimo.
Son defectos de un animador estrella que no quitan su carisma y destreza para el show que lo alzaron al podio de los principales de la Argentina.
Pero esa impronta no le da autoridad como juez de las preferencias que el público debe admitir de un reality que lo supera a él y cualquiera que lo conduzca. Ni siquiera el Gran Hermano (otro locutor pero en off) tiene esa prerrogativa.
Tampoco la producción local tiene autoridad para deformar la esencia de GH como lo ha hecho. No porque esa esencia sea la tabla sagrada, sino porque el público sabe qué busca ver. Lo conoce hace 23 años. Pero le dan otro programa, como si fuera a ver una película y en realidad le transmiten otra.
El casting: la falla de origen
La mediocre producción local de GH, que hizo un mal casting y mezcló perfiles que no le dieron de entrada el efecto buscado, trató de emparchar ese fiasco con un formato que indudablemente dio resultado en el rating y en la inevitable publicidad que proveyó millones de dólares.
Pero ese alto rating y recaudación los engaña. Ese rating les hace creer que su producto es genial y conmueve multitudes. Pero no disciernen que si es así segmentadamente, es porque compiten con una televisión de ofertas ausentes, tanto en calidad como en variedad.
En la Argentina en el horario prime time, no existe televisión competitiva. Solo el fútbol es desafiante. Tinellí es un espectro de lo que fue, mal que bien era el dueño de la noche de la tele abierta.
El elefante contra la hormiga
El del actual GH es el triunfo del elefante contra la hormiga. Sin que esto signifique restar méritos a la construcción del personaje de Furia, un invento condenable para la mayoría de la audiencia pero que empoderó a una porción de la sociedad que se identifica con la violencia y el fanatismo, aunque sea por solo apariencias e histrionismo.
Y Del Moro se compró también ese personaje, por supervivencia probablemente. Quizá es testigo del debate interno de la producción. Debate que se provocó por no caer de la altura del rating lograda y que armaron sacando conejos de la galera cada semana para sostener un show cuyas figuras dormían cuando toda la audiencia estaba despierta. O que creían ser huéspedes de un all inclusive en lugar de extras del gran show.
Así el show contuvo un decadente y triste espectáculo que solo ofrecía a una, o a veces varias, jugadoras coléricas y amenazantes que creaban un ambiente irrespirable. Pero que vendía sobre todo a los fandom de adolescentes y bizarros personajes de barrio que ven asomar la fama en un grito de tribuna, y gratis. En el país de los ciegos el tuerto es rey.
Esa mística del vértigo por jugar a la ruleta rusa con el fantasma del fracaso impregnó a todos. Y Del Moro es la cara visible.
Así, el rock star de GH apagó el GPS cargado con sus mapas de animador generados en exitosos ciclos anteriores de otros formatos y se hizo fan de Furia y de todo invento guionado que diera efecto.
También, fiel a ese libreto, ha mostrado sin pudor su preferencia por Virginia y, al revés, ha sido solapadamente desdeñoso hacia El Chino, a quien ninguneó dosificadamente.
Circo romano
Completa su configuración de conductor de GH adaptado a los tiempos, el dirigir el falso debate que se emite cada semana con varios panelistas que mayoritariamente juegan el rol de propagandistas del metamensaje de la producción, y que también, por carácter transitivo, operan de fanáticos de la furiosa jugadora.
En esa arena de circo romano, que en la Argentina ha tirado a los leones del mal gusto y la defraudación del público la calidad del más original reality mundial, Del Moro es el emperador en la platea mientras hacen de patéticos gladiadores Laura Upfal, que ha logrado resurgir la grieta entre el público y en el ambiente del periodismo ante su falta de equilibrio profesional y su militante fanatismo por Furia. Eliana Guercio, cuya atractiva belleza y carisma caen dominadas por una pasión sin límites por Juliana y su juego violento. Y el actual integrante de la producción del ciclo y ex jugador de la primera temporada de Gran Hermano, Gastón Trezeguet.
Trezeguet, que acabó tercero en la final de 2001, ganada entonces por Marcelo Corazza (quien hasta su proceso judicial penal también fue productor de GH), tiene como único talento conocido arengar fanáticamente en favor de Furia y de sus excesos de violencia, discrimininación, insultos y escándalos, dándoles a estos comportamientos antisociales, que la televisión abierta debería limitar por respeto a la audiencia, la categoría de legítimo y mero juego.
Sin asumir que su puesto de productor lo encuadra en un marco de respeto al contexto social y sus normas y valores que la televisión abierta debe proteger.
Todo vale por rating
El mandato de estos panelistas es apoyar y justificar el “todo vale por el juego”, una entelequia que refiere a un manipulado guión, el cual en realidad es el sostén de lo que estos propagadores no tienen el valor de denominar lo que en verdad es: “rating”.
Defienden lo que hay. Un formato que endiosa a la violencia verbal y a veces física, la discriminación, la intolerancia y el agravio del oponente. Y lo defienden con fanatismo personas que se podría suponer que no lo serían.
Son filo garantistas de la tele. Dan poder al victimario. Tanto que si ese fundamento que apoya el formato del mentirity actual lo aplicaran sin titubeos ni un mínimo freno moral ni ético (el único freno hoy es si se gana o pierde audiencia), habría permiso para que el reality admitiera como válidos para el juego todo aquello que despierta y acrecienta el morbo (y el rating): la drogadicción, la violación, la violencia física, el bulling, y otros atropellos a la vida pacífica y civilizada.
Vida sin cuyo ámbito propicio no existiría la televisión sin censura ni la sana competencia por la audiencia ni la alta rentabilidad que estas producciones obtienen de la publicidad.
No lo hacen porque saben que se disparan en el pie.