Los formatos importados, exitosos y de calidad, en manos de los mediocres de la TV se convierten en tongos
Desde que Gran Hermano fundó los reality shows más famosos de la historia de la televisión hasta hoy han pasado muchas vergüenzas en la TV argenta. También grandes éxitos y productos de una calidad aceptable.
Si bien en esos formatos de “realities” nunca se logrará el nivel de sofisticación artística ni técnica de una producción de ficción, porque sus protagonistas no son actores sino gente del común con mucha audacia y ambición de fama, la clave del éxito y de la credibilidad del público en ellos se origina en la autenticidad de los participantes. Cuanto más reales, más creíbles. Cuanto más creíbles, mejor el producto.
Aunque se sabe que se guionan algunas situaciones y secuencias, el amateurismo y la imprevisibilidad de los comportamientos grupales en un ámbito cautivo y sin contacto exterior domina la impronta del espectáculo.
Ese es el secreto del show. Lograr que el espectador crea que espía la intimidad de otros como nunca hubiera imaginado. Es el atractivo y el morbo que dota de ingredientes adictivos al montaje.
Vivezas de vuelo bajo
Pero ¿qué pasa si, con una viveza mal entendida y de corto vuelo, los productores locales de estos shows manipulan situaciones utilizando una edición sesgada hacia ciertos objetivos preconcebidos y pactados que ellos suponen acrecentarán el interés de la audiencia y, entonces, convierten el “reality” en el “mentirity“?
¿O si se pergeñan maniobras detrás de la pantalla para ubicar a algunos participantes en posiciones de ventaja sobre otros, para que algunos de los cuales incluso se vean forzados a abandonar el show?

Pasa que en el siglo XXI hay una fenomenal tecnología de redes de comunicación social, independiente y agresiva con el sistema de medios preestablecidos y legados del “antiguo” siglo XX.
O sea, es obvio que habrá por parte del público masivo una canalización sin filtro de la denuncia, rechazo y revelación de maniobras oscuras .
Porque la gente inteligente solo tiene paciencia y tolerancia, no imbecilidad.
Antes el espectador solo tenía un control remoto sin ninguna interactividad con el emisor. Pero hoy tiene a la mano medios para protestar y denunciar libremente y además en la temeridad sin límite del anonimato.
Así se acabó el falso “encanto” de la tele tongoneada. Que supervivió -y supervive ¿cuánto más?- gracias a mediciones de ratings de dudosa veracidad y a pautas publicitarias manejadas por agencias que prefieren lo seguro y conocido, aunque malo y engañoso.
Olla podrida
Esa crisis de “autoridad” de las producciones es lo que ocurre acá con formatos -excelentes en su factura en el Primer Mundo- como Master Chef. Que en la versión local terminó su última temporada rodeado de sospechas de manipulaciones. También, de presuntos favoritismos de unos participantes sobre otros.
Con un jurado titular que, al igual que todos sus suplentes, no logró evitar ni moderar el estilo prepotente, soberbio y guarango dado a las intervenciones de sus miembros.

O como ocurrió con Bake Off.
Cabe ser justo. Este formato en su versión británica es un ejemplo de calidad de espectáculo, de seriedad en el trato a los participantes, y de modales educados y amables de sus jueces.
En tanto acá ha sido un papelón, entre otros, por la inclusión de un participante que no reunía los requisitos reglamentarios, cuyo escándalo solo se minimizó por el paso del tiempo. Y no por una explicación aclaratoria creíble ni de sus responsables ni de quien hizo trampa.
O como ocurre con copias de formatos extranjeros adaptados a la cultura local.
Como La Voz. Que logra la excepcionalidad más curiosa de concurso o sorteo alguno. Es regla usual en todo certamen de cualquier tipo que no podrán participar empleados ni familiares ni allegados a la organización de los mismos.
En este programa se da la insólita sorpresa de que entre los cinco miembros del jurado, tres son de ¡¡¡la misma familia!!! Ya hubo además denuncias públicas en las redes sociales y en programas de la farándula sobre que algunos cantantes participantes tienen vínculos con integrantes del jurado. Una desprolijidad que debería haberse evitado.
Academia de riñas
O como sucede hace décadas con los shows de Tinelli. Que no son ni genuinos realities ni verdaderos concursos de bailes y/o canto.
Son un capítulo aparte en la impresionante capacidad de las productoras de TV abierta de repetir sus “éxitos” sin importar la calidad sino la cantidad de audiencia y de publicidad que obtienen. Tan precaria y trucha es la propuesta de premiar el talento y los nuevos valores, que la trascendencia de los participantes y sus jueces se define más por la habilidad para generar riñas y escándalos entre ellos que por calificar a los concursantes y sus dotes. Es el todo vale.
Todo vale, menos el respeto a la audiencia. Que por acción u omisión es víctima y propiciadora de la continuidad de estos programas.
La contracara de estos fracasos de la calidad y la profesionalidad es el éxito del rating voraz y depredador. Y la abultada facturación publicitaria. Esa es la base y razón de ser de estas producciones. Las que además son de baja inversión en contratos artísticos, lo que reduce notablemente los costos.
Porque sus “estrellas” actúan gratis y sin condiciones, más que la zanahoría de la fama fácil.
Usan un público que no tiene las defensas altas contra estos gérmenes paraculturales y que cae en la rutina adictiva de la “caja boba”.
La TV abierta carece de alternativas diferenciadoras en calidad y variedad (todos los canales hacen más o menos lo mismo). Sobre esa base, la gente común en las noches y tras un día de trabajo no emplea demasiadas exigencias en la elección del entretenimiento.

tongo
m. Trampa realizada en competiciones deportivas, en que uno de los contendientes se deja ganar por razones ajenas al juego.
Pero esas audiencias cautivas no son personas convencidas. Solo son espectadores pasivos, aunque no distraídos. Que no ignoran el tongo.
Credibilidad cero
Los realizadores de estas malas imitaciones de formatos importados disfrutan de los beneficios de la adormecida noche de la TV abierta.
No parecen muy advertidos de que todos ellos han logrado destruir la credibilidad del público en la televisión, porque no valoran a sus audiencias como consumidores conscientes.
Es claro que no toda la masa de televidentes tiene la misma lucidez para observar estos fenómenos. Pero cada vez son más quienes lo saben. Y esto se refleja en la web tanto en los comentarios al pie de los artículos periodísticos o en las páginas de los canales.
La mediocridad y codicia de productores y realizadores es, tarde o temprano, inversamente proporcional a la confianza y fidelidad del público.
Es como ocurre con los políticos. Se sostienen en la mentira como sistema. Tan impunes son que desprecian que los votos provienen de quienes en su ¿mayoría? saben que les mienten. Una retroalimentación perversa.
Titanes en el Ring y Quijotes de la ingenuidad
A todo esto, en verdad, el único antecedente de un tongo inocente, legítimo y convalidado por el público ha sido Titanes en el Ring.
Muchísimos jóvenes ni siquiera sabrán de qué se habla (acá se pueden informar).
No hay más ejemplos de sana complicidad en la fantasia de un espectáculo que ese inefable ring de catch as catch can. Desde los 60 del siglo XX todo lo que siguió a ese espectáculo dominguero pleno de ilusión y pasión fue contaminado de especulación, con lo que en general se perdieron las vocaciones por el entretenimiento sano.
Crédito: Youtube/Canal El Nueve Argentina/Canal Volver
Solamente Martín Karadagian, los Titanes en el Ring y el árbitro William Boo hicieron del tongo, con honestidad y transparencia propias de la ingenuidad de la TV -y del mundo de la gente común- de la época, un entretenimiento feliz, clásico, inocente y eterno. En el cual absolutamente todos, tanto protagonistas como público (sobre todo niños), sabían y aceptaban en tierna complicidad el engaño, como esencia de la legitimidad del show.
El tongo era el show. El show no era un tongo. Una fórmula cuyo ingrediente dominante era el respeto a la gente.
Quizá porque ese valor se ha perdido, hoy el ejemplo de esos titanes solo es un recuerdo borroso e incoloro.