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Pedazo de Atmósfera

La triste y solitaria agonía del periodismo serio y riguroso

06/06/2021

El rigor y la calidad informativa anteriores a la disrupción de Internet están en extinción. Hoy el histrionismo depreda la profesionalidad. Porque no cualquiera puede ser un showman y periodista de raza como Jorge Lanata. Su muerte es un revulsivo.

Internet, la digitalización y el wifi. Y la decadencia y agonía de los soportes físicos y lineales de los contenidos

Es un hecho de la realidad. Un imparable cambio de las formas, normas y soportes de la comunicación social. El periodismo que conocimos hasta fines del siglo XX está fuera de juego. Pero como toda crisis, es una oportunidad y un desafío de pronóstico abierto.

Para peor, no benefician al periodismo serio y riguroso el narcisismo y ansias de figuración mediática que fluye por las redes de Internet y la TV.

Es patético que algunos colegas del “viejo” periodismo profesional muestren precariedad en el compromiso con el oficio sumándose a la comparsa mediática militante del showbiz. Lo cual no está mal en sí mismo como diversión temporal.

Lo asombroso es ver a veteranos/as periodistas profesionales de gráfica, radio y TV haciendo payasadas o el ridículo. Cuando existía el periodismo profesional consistente, en tinta y papel, o en soporte audiovisual lineal, no digital, los verdaderos periodistas no tenían vocación, ni tiempo ni deseos, ni mucho menos codicia ni talento, para la figuración y el show mediático.

Hay muchas verdades y tragedias en el mundo que ocupan más el ejercicio del oficio que actuar como caricaturas de bufones. El contacto con la realidad que provoca sin filtro el verdadero periodismo no deja tiempo ni lugar para ambiciones de fama mediática.

Lamentablemente hoy algunos colegas residuales de aquella época no tan lejana del periodismo serio y riguroso apelan a la actuación como bailarines, cantantes, cocineros, y todo tipo de disfraz que nutra su narcisismo.

Son borocotoes al revés.

Elenco de cocineros en Master Chef

A los médicos mediáticos se los afrenta por gastar horas de sus profesiones en las pantallas de la TV en vez de trabajar en los hospitales y consultorios.

Pero ¿qué decir de los periodistas presuntamente profesionales, que deberían informar y comunicar noticias en las redacciones o en radio o televisión, que dedican más esfuerzos en preparar recetas de cocina o ensayar pasos de baile por el solo hecho de sumar vacías apariciones en los medios y hits en la web y así alimentar sus ansias de celebridad?

“El periodismo è morto”

Alberto Laya, legendario editor de Deportes, La Nación, 1990

No hay antecedentes de normas ni códigos de ética que impidan bailar, cocinar o cantar donde sea a un periodista. Sería tan absurdo como prohibir opinar libremente a los médicos.

Pero también se vería patético y absurdo que el Dr. René Favaloro hubiera ido especialmente dedicado a bailar, cantar o cocinar a un programa de televisión. Tan burdo, además, como que este último ejemplo equiparase a los periodistas narcisistas con la dignidad y grandeza personal de Favaloro. Desde ya que no.

Histrionismo vs. compromiso

Pero, ¿Favaloro hubiera virado su perfil profesional austero y estructurado solo por vedettismo en unas noches de bailarín o de chef o de cantante? ¿Favaloro hubiera rifado su prestigio en programas del formato reality, claramente sospechados de manipular y guionar las escenas y acomodar los méritos de los participantes para nominar a elegidos por intereses gestionados detrás de cámaras?

Tras ese salto ¿sus gravísimas denuncias y revelaciones sobre la corrupción en el sistema de salud o su honestidad intelectual hubieran tenido la misma credibilidad?

Si Favaloro podría perder credibilidad por estas muecas, qué les queda a los aprendices de bufones que hoy se regalan por una foto entre celebrities tristemente célebres.

No hay un solo requisito ni matiz vocacional que vincule a un periodista “de raza” con el histrionismo ajeno a su labor.

Es una profesión cuyo ejercicio es más apegado a la realidad más dura, trágica. Sin tiempos ni espacios -sustraídos incluso a la vida personal y familiar- para la frivolidad.
Porque, sí. Existen showmen/showomen que suman su carisma para presentar, analizar y desarrollar las noticias, y no por eso dejan de ser periodistas profesionales. Jorge Lanata ha sido un perfecto ejemplo y una autoridad en el despliegue de tal talento en el oficio de comunicador.

Lanata, pasta de comunicador
Crédito: Editorial Perfil

Como contrapartida, cada vez hay menos profesionales capaces de presentar las noticias sin perder atractivo para el show -un ingrediente imprescindible en el actual lenguaje multimedia y audiovisual- pero sin desplazar el rigor y la calidad informativa. Los vacuos noticieros de la TV han derrumbado la calidad informativa en busca de rating. Por vergonzante amarillismo y por incapacidad profesional o por falta de escrúpulos, han perdido la autoridad de informadores creíbles.

El lenguaje de la comunicación hoy es audiovisual

Las nuevas generaciones han incorporado el lenguaje visual y sonoro, que ha desplazado al textual. La información le llega -la asimilan- a la niñez y la juventud mediante imágenes y sonidos.

Hoy y para el futuro de los contenidos quien sepa transmitir y abstraer contenidos mediante ese lenguaje es y será un auténtico, exitoso y eficaz comunicador.

Participantes de Bailando por un sueño y su conductor Marcelo Tinelli, en la fila de abajo al centro

La búsqueda a veces desesperada de la fama y figuración mediática de muchos colegas periodistas tiene un efecto inversamente proporcional. No legitima ni agrega valor al oficio de algunos colegas, quienes se montan al vedetismo solo porque por su cercanía con los medios gozan de la ventaja de poder hacerlo fácilmente. No se presentan a un casting. Solo se suben a la carroza de la farándula porque obtienen “entradas de favor”, nada más.

Esto para el periodista profesional debería ser considerado un conflicto de intereses. Porque el acceso fácil a medios y todo tipo de organismos y sectores que brinda el periodismo, no justifica de modo alguno su aprovechamiento para fines que solo contienen ambiciones personales de fama y ascenso laboral o social ajenos al mejor ejercicio de la profesión.

Mucho menos si tales autoconcesiones a la buena práctica del oficio (también concedidas por medios que los usan como generadores de rating) implican un desmedro a la credibilidad y responsabilidad. Pese a todo lo antedicho, subsiste un reducido universo de colegas preocupados y ocupados por contribuir con su labor a revertir (no travestir) el alicaído prestigio y confianza del público en la prensa.

La irresponsabilidad individual es el límite

Es obvio que el periodismo está en crisis.

Las facilidades que conlleva la tecnología con los smartphones, laptops, tablets, el wifi, la nube, y demás extraordinarios avances, dan paso sin intermediación alguna a la publicación de todo tipo de contenidos y mensajes por parte del público en general.

El alcance y efecto sobre la veracidad que tiene el empleo de estas herramientas es tan laxo como la irresponsabilidad individual.

Es una transición que no avizora un horizonte visible. La profesionalidad sobrevive, aunque muy precariamente y en decadencia exponencial, en los grandes medios. Lamentablemente éstos se han sumado a una competencia con los nuevos difusores viralizados de las redes sociales e Internet que solo empareja hacia abajo la calidad editorial. La cual ha sido dominada por la improvisación, la irresponsabilidad, el amarillismo rampante, la ausencia de validación de las noticias y sus fuentes. Incluso hasta las calumnias, injurias, denuncias y acusaciones sin sustento ni consistencia con la verdad.


Una onza de falsa vanidad deteriora todo un quintal de auténtico mérito.

PROVERBIO DEL ANTIGUO IMPERIO OTOMANO

Esta crisis es también efecto de la proliferación de pseudo periodistas. Que se da sobre todo en la TV. Donde apelan a la permanente generación de noticias y temarios basados en “hechoides”. O sea hechos cuya veracidad importa menos que su impacto en las audiencias.

En esa feria de remate de las verdades y de la información seria, atendida por panelistas hábiles para el vodevil y soportada por la flaqueza de las empresas para sostener las normas y valores profesionales, se baratea la auténtica libertad de expresión y cae también el derecho del público a estar bien informado.

El periodismo profesional está agónico. Junto con él, desfallecen las reglas de estilo, los postulados valorativos, la responsabilidad en los principios éticos, el rigor informativo, la imparcialidad y la objetividad.

La propaganda militante

Es concomitante en ese contexto la vitalidad de la mera propaganda. Hoy denominada, sin más dignidad que el descaro, “periodismo militante”. De más está decir que con tal prototipo de prensa se fortalece la manipulación y la operación política de gobiernos y factores de poder.

Se impone así la visión maniquea y sesgada de la información y de sus fuentes legítimas. La crónica pura y dura, esa semilla del periodismo riguroso, deja de tener sentido. Y es sustituida por la inducción en las audiencias de versiones como verdades comprobadas y de sofismas como opiniones esclarecedoras.

Modelo desinformativo

El modelo se completa con la intervención artera y organizada de los trolls en redes sociales. Inventos que rebotan y realimentan el objetivo desinformativo de un gigantesco aparato de comunicación que no es fantasía. Tanto es así que aquella ficción que George Orwell imaginó como novela (“1984”) y que transcurría hace ya casi 40 años (también ficticios), hoy es una realidad.

O sea, el oxímoron de la “realidad virtual” supera y reemplaza a la fantasía más sofisticada.

¿No todo está perdido? Es difícil preverlo. En tanto se puede rescatar que, como contraste de esa manipulación informativa, las redes sociales no pierden su propio vigor como expresión de la libertad de la gente. Y esa espontaneidad, aunque sitiada muchas veces por operaciones dirigidas, hace que Internet y las geniales tecnologías que la red planetaria generó, sea y será herramienta de manifestación y cambio aún en las sociedades más cerradas y opresivas.

El periodismo serio está en coma. Pero la Libertad sigue latente y resiliente.

La prensa libre deberá recuperar su fortaleza legítima, sostenida por la vocación de informar, ser portadora de verdad.

Porque la actual fragilidad conceptual de los medios en la búsqueda de la verdad no es ficticia. Mucho menos mientras la prensa se nomine día tras día para ser otro gran hermano de otro reality show.