Smartphone God. En la era de la conexión constante surge una inquietante contradicción: las plataformas diseñadas para acercarnos podrían estar fomentando un nuevo tipo de aislamiento social
Ampliamos la nota ya publicada, porque este fenómeno de los hiperconectados, o la adicción a la conexión con las redes, afecta especialmente a Millennials y a la Generación Z en el mundo y en Latinoamérica y su crecimiento entre los jóvenes es exponencial..
Lo cual nos lleva nuevamente a cuestionar: ¿estamos realmente más unidos o nos estamos aislando cada vez más? Parece que Sí.
En tanto este hecho tiene efectos notables y es de un impacto vertiginoso en los últimos años en todo el mundo, lo que hoy no sabemos es cuáles serán sus secuelas en las relaciones sociales e interpersonales en el futuro.
Cuando las actuales generaciones de adolescentes y jóvenes que utilizan las ventajas de esta asequible tecnología sean adultos y ancianos, ¿qué “sociedad” les esperará en esa etapa de la vida en la cual la soledad es una implicancia cada vez más frecuente en las ciudades?

Las redes sociales nacieron con la promesa de derribar barreras geográficas y sociales. Así, WhatsApp, Instagram, Facebook, X, Threads, Twitch, y TikTok, entre otras más segmentadas a búsqueda de citas y parejas o a juegos, todas ellas se han vuelto parte integral de nuestras vidas, ofreciendo una ventana constante al mundo de los demás.
Cuando los Me Gusta no gustan y hacen daño
Y abriendo el mundo propio a un universo de receptores casi incontrolable en demasiados casos. Un acceso a nuestras vidas o fantasías que generalmente es tan falso o “maquillado” que convierte a la comunicación en mera virtualidad y, en verdad, en una hipocresía que más que acercar a las personas las vuelve intangibles y distantes.
Esa virtualidad lejana queda en un juego indemne y fugaz, en tanto de nuestra parte no haya otra intencionalidad. Pero no ocurre lo mismo cuando esa relación virtual en el otro lado de la pantalla, que es tan falsa, aparentemente inofensiva y maquillada como la nuestra, implica en realidad a una persona perversa e incluso criminal.
Es cuando la realidad detrás de los “me gusta” cuenta una historia diferente. Porque la adicción a las redes sociales conlleva peligros muy probables en la sociedad violenta y desalmada que vivimos en cualquier gran ciudad del planeta. Lo que no escapa a las urbes latinoamericanas, que incluso por sus altos índices de criminalidad son de las más peligrosas.
Por no abundar en la otra atracción que esta poderosa computadora en miniatura genera: el consumismo de la zanahoría de los nuevos modelos de smartphones y sus prestaciones y restylings. ¿Has oído o leído sobre la obsolescencia programada o caducidad controlada?
Horas de soledad online
Según un estudio realizado por la Universidad de Buenos Aires en 2022, el 78% de los jóvenes argentinos entre 18 y 35 años pasa más de 5 horas diarias en redes sociales.
¿Y si sos sincero, admitirás que pasas casi todo el día cautivo de la atracción de tu celular?

En México, el Estudio sobre Hábitos de los Usuarios de Internet en México 2022, realizado por la Asociación de Internet MX, reveló que los usuarios pasan en promedio 8 horas y 27 minutos al día conectados a internet, gran parte de este tiempo en redes sociales. Paradójicamente, estos mismos estudios muestran que un alto porcentaje de usuarios reporta sentirse “frecuentemente solo” o “desconectado de la realidad”.
La Dra. Patricia Greenfield, profesora de psicología en UCLA y directora del Centro para la Investigación de Medios Digitales y el Desarrollo Infantil, afirma: “Las redes sociales pueden dar la ilusión de compañía sin las exigencias de la amistad, sin las obligaciones recíprocas de una relación real”.
La trampa de la validación instantánea y la burbuja de filtro
Las redes sociales nos dan la ilusión de conexión, pero a menudo carecen de la profundidad necesaria para satisfacer nuestras necesidades emocionales reales.
Los “likes”, “corazones” y comentarios activan el centro de recompensa de nuestro cerebro, similar a lo que ocurre con algunas adicciones.
Esta búsqueda constante de validación puede llevar a una dependencia emocional de las redes.
“Es como jugar a la ruleta rusa emocional cada vez que publicamos algo”, comenta un influencer argentino que prefiere no dar su nombre.
“Un día te sentís en la cima del mundo, al otro, invisible”, agrega con franqueza.
“Aquí en México le decimos ‘andar bien onfire’ cuando tu post se vuelve viral, pero luego viene el ‘bajón’ cuando no recibes la atención esperada”, agrega una creadora de contenido mexicana.
El Dr. Dar Meshi, profesor asistente de neurociencia cognitiva en la Universidad Estatal de Michigan, explica: “Las redes sociales son particularmente adictivas porque proporcionan un flujo impredecible de recompensas sociales. Nunca sabemos cuándo recibiremos un ‘me gusta’ o un comentario, y esta incertidumbre nos mantiene enganchados”.
Además, los algoritmos de las redes sociales están diseñados para mostrarnos contenido que refuerza nuestras propias creencias y preferencias.
Aunque ese modelo de comunicación crea una experiencia personalizada, también puede limitar nuestra exposición a perspectivas diversas, fomentando la polarización y el aislamiento ideológico.
El síndrome FOMO, de Tulum a Usuhaia
Mientras acumulamos cientos o miles de “amigos” en línea, nuestras interacciones cara a cara disminuyen. Los encuentros digitales, aunque frecuentes, carecen a menudo de la profundidad y autenticidad de las conexiones en persona.


Un “me gusta” o un comentario breve no pueden reemplazar la riqueza de una conversación real durante un asado argentino, una carne asada mexicana, un pisco sour peruano o una ronda de mate uruguayo.
El “Fear of Missing Out” (FOMO) o miedo a perderse algo, ha tomado una nueva dimensión en nuestra región.
Con influencers que muestran vidas aparentemente perfectas desde las playas de Tulum, en México; hasta los cerros de Valparaíso, en Chile; pasando por Machu Picchu, en Perú; Punta del Este, en Uruguay, o Buenos Aires, los cerros nevados de la Patagonia, o las Cataratas del Iguazú, en la Argentina, la comparación constante se ha vuelto inevitable.
Un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) encontró que el 70% de los usuarios de redes sociales en Latinoamérica han experimentado ansiedad o depresión relacionada con el FOMO.
En Ecuador, la Universidad San Francisco de Quito reporta que este fenómeno afecta al 65% de los jóvenes quiteños, quienes sienten una presión constante por estar “siempre conectados”.
Un estudio publicado en 2020 en el Journal of Social and Personal Relationships encontró que el 70% de los usuarios de redes sociales en países latinoamericanos experimentaron algún grado de ansiedad o depresión relacionada con el FOMO (Fear of Missing Out).
Este fenómeno se ha observado en debates políticos en toda la región, desde las elecciones en Argentina y Chile hasta las discusiones sobre políticas públicas en Perú y Ecuador.
La paradoja de la autoexpresión
Las redes sociales nos ofrecen plataformas para expresarnos, pero la presión por presentar una imagen idealizada puede llevar a una desconexión entre nuestro yo real y nuestro yo digital. Esta discrepancia puede generar sentimientos de inadecuación y aislamiento, especialmente entre los jóvenes latinoamericanos que se comparan constantemente con estándares globales de éxito y belleza.
En Perú, por ejemplo, un estudio de la Pontificia Universidad Católica del Perú reveló que el 68% de los jóvenes limeños admite haber editado sus fotos para parecer más atractivos en redes sociales.
En Uruguay, la Universidad de la República encontró que el 55% de los adolescentes montevideanos ha experimentado ansiedad por no recibir suficientes “me gusta” en sus publicaciones.
Reconstruyendo conexiones auténticas
¿Cómo aprovechar los beneficios de las
redes sociales sin caer en sus trampas?
Algunas estrategias adaptadas a nuestra realidad latinoamericana
- Consciencia digital
Sé consciente de tus hábitos en línea y establecé límites saludables en el uso de redes sociales.
Usá apps que limiten tu tiempo en pantalla, una práctica que está ganando popularidad entre los jóvenes de Santiago de Chile y Lima. - Priorizar las conexiones reales
Hacé un esfuerzo consciente por mantener y fortalecer relaciones fuera del ámbito digital.
Organizá “matecitos” en Uruguay, “carne asadas” en México, “asados” en Argentina o “parrilladas” en Chile con amigos, dejando los celulares de lado. - Autenticidad en línea
Fomentá interacciones más genuinas en tus redes, compartiendo tanto los altibajos de la vida real.
Como dicen en Ecuador, “No todo es color de rosa”, y está bien mostrarlo. - Desconexión planificada
Incorporá periodos regulares de “detox digital” para reconectar con vos mismo y tu entorno.
Participá en iniciativas como “Domingos sin celular” que están ganando popularidad en varios países de la región, desde Ciudad de México hasta Montevideo. - Uso intencional
Utilizá las redes sociales como herramientas para enriquecer tu vida, no como sustitutos de la interacción real.
Buscá grupos y comunidades en línea que fomenten encuentros en persona, ya sea para practicar deportes, aprender idiomas o explorar la naturaleza local.
El futuro de la conexión social en Latinoamérica
A medida que avanzamos en esta era digital, es crucial que tanto los usuarios como los desarrolladores de plataformas reflexionen sobre cómo fomentar conexiones genuinas en línea.
Las redes sociales tienen el potencial de ser poderosas herramientas para la conexión humana, especialmente en una región tan diversa y geográficamente extensa como Latinoamérica, pero solo si las usamos de manera consciente y equilibrada.
La verdadera conexión, aquella que nutre nuestro bienestar emocional y social, requiere más que una serie de interacciones digitales.
Requiere presencia, empatía y la voluntad de ser vulnerables, aspectos que a menudo se pierden en la traducción digital.
En última instancia, la paradoja de las redes sociales nos desafía a repensar qué significa estar verdaderamente conectados en el siglo XXI, especialmente en el contexto latinoamericano donde las relaciones personales y familiares han sido históricamente tan valoradas.
¿Podremos encontrar un equilibrio entre nuestras vidas digitales y analógicas? La respuesta determinará no solo nuestro bienestar individual, sino también el tejido social de las generaciones futuras en nuestra región y en el mundo entero.
Es tan obvio el hecho de que la vida real sucede fuera de la pantalla, que ¿Por qué no cerrar esta nota y llamar a un amigo para tomar un café, un mate, un pisco sour o una horchata?