Para emparchar el ineficaz casting que desplomó la herencia del atractivo ciclo 22/23, la producción apela a la prueba y error. En las redes sociales, el público sospecha de favoritismos y engaños

En el contexto de una pobrísima competencia en el resto de los canales abiertos, GH en Telefé ha liderado y lidera imbatible (aún para Showmatch, el otrora dueño de la noche) la audiencia nocturna.
Una ventaja que en esta edición se apoya más en la mediocridad y ausencia de una oferta atractiva en el resto de los canales que en el elenco de habitantes de la casa, que más parecen turistas en un all inclusive que jugadores por el primer premio del más impresionante, cautivante y creativo reality de la televisión mundial.
Se nota en los pliegues de la emisión la desesperación de la producción del programa por las carencias originadas en un mal casting, que fue negligente en seleccionar una pluralidad de personalidades y perfiles que potenciara por sí mismo el poder y la creatividad intrínseca de un formato que, bien elaborado y puesto en escena, es de la más alta calidad televisiva. Ya que reúne todos los factores tecnológicos, toda la impronta de la autenticidad de los jugadores y toda la cautivación de la audiencia que encuentra satisfacción al morbo y la curiosidad por la intimidad ajena como en ningún otro producto. Recuérdese, por ejemplo, el fracaso por suerte no repetido del patético, vulgar y penoso reality El Hotel de los Famosos.
Para intentar paliar esa carencia originada en el casting ineficaz, en esta edición del programa hay una participante que parece tener ventajas sobre el resto: Juliana Scaglione, más conocida como “Furia”.
Tales favoritismos son muchas veces difíciles de disimular, a pesar de la manipulación de escenas visibles en Directv Go o en los cortes de cámaras, cuando las actitudes o dichos de la polémica jugadora son inconvenientes para el espectáculo.

Juliana es una deportista, entrenadora y creadora de contenido, que se define como “demasiado divertida” y que no vino a la casa “a caerle bien a nadie”. Su apodo le viene por su carácter explosivo y conflictivo, que la ha llevado a protagonizar varias peleas con sus compañeros.
Además, tiene un aspecto físico llamativo, con el pelo rapado y tatuajes por todo el cuerpo, que contrasta con el de las demás mujeres del reality.
Pero lo que más llama la atención es el apoyo que recibe del público, que la ha salvado de dos nominaciones por el voto telefónico.
¿Estratega con coronita?
¿A qué se debe este fenómeno? ¿Es Furia una estratega que solo busca llamar la atención y se siente segura en algún tipo de privilegio o favoritismo por parte de la producción o del propio Gran Hermano?
Por ejemplo, algunos espectadores y analistas del programa han señalado que Furia tiene una ventaja injusta sobre el resto, ya que es doble de riesgo y ha realizado escenas de acción en películas y series, lo cual le daría una mayor resistencia física y mental, así como una capacidad para actuar y fingir emociones.
También se ha especulado con que Furia tenga algún vínculo con algún miembro del equipo del programa, lo que le permitiría recibir información privilegiada o evitar sanciones por sus actitudes violentas.
Otros, en cambio, defienden que Furia es una participante que rompe con los estereotipos y que representa la diversidad y la rebeldía. Su personalidad fuerte y su forma de ser la hacen diferente al resto, y eso genera admiración o rechazo, pero nunca indiferencia. Furia no se deja influir por nadie, ni siquiera por el propio Gran Hermano, y eso la convierte en una jugadora impredecible y peligrosa.
Panelistas sin sentido
Para alimentar las teorías conspirativas que abundan en las redes, los debates del programa cuentan con panelistas mediocres que por su escaso aporte a un análisis consistente e imparcial al fin operan como fogoneros del dilema que desvela a la producción, sobre cómo sostener la audiencia con tan poco compromiso de los jugadores en dotar al show de acción y emoción y en exhibir su juego con energía y determinación.
En ese vértigo que se vive detrás de cámaras, el conductor Santiago del Moro es muchas veces la cara visible del desconcierto y la desprolijidad. Causada por la presión en busca de resultados que el elenco de jugadores retacea, porque no tienen mejores atributos que su pusilánime actuación. Ante ese clima, los panelistas son un lastre y su función pierde sentido y aburre. En lugar de levantar la dinámica y agregar confiabilidad, para que merme la sospecha del público, solo arriman opiniones blandamente correctas para conformar al confundido staff.