Ampliamos lo ya publicado sobre qué motivaciones impulsan a personas +50 a entrometerse en el mundo juvenil. Después que salieron Virginia y Darío vino el papelón de Isabel y La Chula, salvavidas de plomo para la campaña por Bautista y Emmanuel. Vergüenza ajena para el GH más manipulado, en favor de Furia, que tuvo tanto rating como ninguneo al público que condenó la violencia
No es una edad anciana la de la generación X (1965/1981), por cierto. Pero contrasta, y mucho, con el asimétrico y disruptivo cambio cultural que conlleva la era digital, la virtualización y la Inteligencia Artificial, que han impregnado y marcado la idiosincrasia y coexistencia de las nuevas generaciones Y, o sea, la de los millennials, predominantes en GH.
Es fácil concluir con la obviedad de que veteranas y veteranos cincuentones, como todo ciudadano, tienen la libertad de hacer lo que deseen con su vida. Pero tal formalidad intelectual y social políticamente correcta no quita la mirada reflexiva que interpela a esos singulares representantes de una generación muy lejana de las actuales.
Un abismo inevitable
Hay un abismo que Virginia, Darío, La Chula e Isabel -y sus antecesora/es- no supieron esquivar y cayeron en él. Lo cual debería haber sido otra obviedad para las protagonistas de estos casos. No lo fue.

Crédito: Mi Telefé/Gran Hermano Argentina (Captura de pantalla)
Se repite un patrón que incluye a todos los anteriores intentos de gente de edades muy superiores a la franja etaria que impera en un reality como Gran Hermano. No son auténticamente bien recibidos en general por los jóvenes, lo que si bien incluye altibajos y momentos de empatía con el grupo, la trazabilidad de la estadía en la casa muestra una latente incomodidad mutua, que a veces hace crisis aguda y otras sostiene una larvada actitud de insatisfacción.
Todo por figuración
¿Qué misterioso y potente afán de figuración somete al escarnio -visible o explícito- a mujeres adultas y veteranas como Virginia, Isabel, Carla (Chula), aunque ésta no llegaba a los 50. O varones, como Alfa (2023), y hoy Darío?

(Crédito: Mi Telefé/Gran Hermano Argentina/Captura de pantalla)
¿Qué deudas vitales y frustraciones, cuántas etapas saltadas de la vida llevan a estos incipientes ancianos a forzar una situación, desubicada de su ambiente y temporalidad, frente a un grupo de chicos y chicas de muchísima menor edad, que también buscan fama en la farándula, además del premio de 15 millones de pesos?
Se da en este punto un cuestionamiento a la ausencia de la generosidad que siempre se espera de los adultos mayores respecto de los jóvenes, que en estos casos no tiene respuesta positiva.
Los jóvenes por el hecho de tener menos experiencia en la vida y mucho más futuro por delante, por tradición atávica de la especie humana reciben de los veteranos el tiempo y el espacio que necesitan para su desarrollo. La sociedad les da el lugar de sucesores, herederos y continuadores. Es el repliegue natural de los viejos que dan su lugar a los jóvenes.
Prueba de lo contradictorio de estos casos son Chula, Isabel, Virginia y Darío
Por ejemplo, Virginia al entrar en la casa comentaba que no pretendía competir con los chicos y chicas sino que llegaba para divertir y divertirse con sus presuntas habilidades en el standup platense, que nunca exhibió en el reality, salvo alguna pequeña actuación sin repercusión en la casa.
Al principio se comportaba con actitudes más propias de la madurez y afines a las expectativas y deseos de su historia. Parecía consciente de su diferencia generacional, mostrando una actitud arraigada en valores y experiencias, y sugería una intención de participar sin competir directamente con los jóvenes, quizás buscando ser una figura maternal o una guía sabia y aparentemente desfachatada.
Sin caretas
Pero ese comportamiento duró poco. A la par de su elusión y pasividad para las tareas de orden, higiene. limpieza y gastronomía que exige la casa, comenzó a mostrar un carácter agrio y un costado de su personalidad discriminatorio, al tiempo que evidenció el crecimiento de su ambición por ganar el primer premio, o por lo menos llegar a la final.

(Crédito Mi Telefé/Gran Hermano Argentina/Captura de pantalla)
Para lo cual apeló a todo tipo de jugadas, desde infidencias y chimentos sobre otros participantes, hasta manipulaciones.
Agregó a su trayectoria ácidas críticas y descalificaciones contra los jugadores varones y discriminaciones irritantes contra los participantes uruguayos del programa, que, como es justo, causaron mucha reprobación y rechazo rioplatense.
Sin olvidar las sospechosas situaciones beneficiosas que se le dieron en competencias dentro de la casa. Que los corrillos de las redes sociales y la prensa del espectáculo vincularon con una supuesta y antigua relación sentimental de ella con el locutor de voz impostada que actúa de vocero en off del verdadero Gran Hermano. Una versión nunca probada.
También fue tensa la visita de su hija Delfina a la casa de GH. Involucrada en crispadas discusiones y en una tenaz búsqueda de apoyos para ganar el concurso por una casa premoldeada, Delfina finalmente obtuvo el premio, favorecida por los comportamientos de su madre, que se enredó en confrontaciones con todo aquel que fuera obstáculo a ese regalo.

(Crédito Mi Telefé/Gran Hermano Argentina/Captura de pantalla)
A la vez, el premio no fue de madre e hija sin antes haber logrado ambas la salida del reality del rival y favorito desafiante, Franco, el hijo del otro veterano, Darío.
Usos y usados
Al fin, como muestra y efecto de las intrigas y deslealtades a las que debió recurrir Virginia en apoyo de su hija, se quebró su vínculo con Darío, también cincuentón y de la ciudad de La Plata, que incluso años atrás le habría vendido un automóvil ya que es propietario de una agencia de venta de vehículos usados.
Como otro caso demostrativo de las conductas desfasadas de la temporalidad y ubicación de la edad, Darío, como un adolescente atribulado, nunca perdonó que Virginia utilizara estratégicamente el hecho de que su hijo Franco haya pernoctado en la cama junto a Furia. Pese a que el chico negó haber tenido sexo con Juliana, Virginia a la mañana siguiente difundió públicamente en la casa que en la noche habría escuchado ruidos que insinuaba eran de un acto sexual.
Ese episodio no solo exhibe la actitud de la jugadora sino también la dificultad de su colega también veterano Darío para contener a su joven hijo, quien finalmente cayó bajo la trampa de Juliana, lo cual le costó en gran parte la salida de GH y perder el premio de la casa prefabricada.
Este último enredo ocurrió pese a que Darío le recriminaba y aconsejaba a su hijo no acercarse a Furia porque su juego era manipulador y los perjudicaría a ambos. Así fue. También fue muestra de que la codicia por llegar a la final comenzaba a corroer la conducta adulta.
Ser lo que ya no son
No es censurar la libertad individual, sea cual sea la edad, el hecho de que estos casos convoquen a la curiosidad. Tampoco es una amonestación por parecer.
Lo que causa intriga es que personas desfasadas del tiempo que marca el estilo y perfil de GH pretendan competir en un formato identificado claramente con la juventud, lo que implica adoptar artificialmente costumbres, estilos, hábitos, lenguajes, improntas y peculiaridades propias de una etapa de la vida que ya fue. Pese a lo cual usan vestimenta, aspecto y discurso forzada y fingidamente juveniles.
¿No es egoísta y narcisista que una mujer o un hombre de esa edad exalten sus deseos quizá reprimidos de ser y parecer lo que ya no son entre jóvenes que sí lo son?
Tras una búsqueda con Claude (la sólida y consistente IA de Anthropic) sobre antecedentes de análisis acerca de estos caracteres humanos, el resultado es que en ellos se revelan las dinámicas intergeneracionales, las expectativas sociales y las aspiraciones personales que dominan e interactúan en la actual era de influencia de los medios de comunicación masivos y las indomables redes de Internet.
Narcisismo y egoísmo
Así, el fastidio secreto o manifiesto que genera la convivencia, que va a la par con la compulsión que estos personajes tienen para animarse a vivirla, podría interpretarse desde varias perspectivas:
- Adaptación al medio: En un ambiente altamente competitivo y estratégico como Gran Hermano, la participante puede haber sentido la necesidad de adaptar su comportamiento para sobrevivir. Lo que comenzó como una decisión táctica pudo convertirse en una transformación más profunda.
- Deseos reprimidos: La teoría psicoanalítica sugeriría que el entorno desinhibido del reality show ha permitido la liberación de deseos juveniles largamente reprimidos. A los 55 años, esta mujer podría estar experimentando una especie de “segunda adolescencia”, buscando vivir experiencias que tal vez sintió perdidas o negadas en su juventud.
- Narcisismo y egoísmo: Una interpretación más crítica señalaría que su comportamiento refleja un narcisismo exacerbado. Al intentar competir en términos de apariencia, lenguaje y actitudes con participantes mucho más jóvenes, estaría priorizando sus deseos personales sobre el respeto a su propia identidad y a los espacios generacionales.
- Presión mediática: Los reality shows a menudo fomentan el drama y la confrontación para aumentar el rating. La participante podría estar respondiendo a esta presión, exagerando ciertos aspectos de su personalidad para asegurarse más tiempo en pantalla.
La cuestión de si es “válido” que compitan en estos términos es compleja. Por un lado, la libertad individual y la igualdad de oportunidades son valores fundamentales en nuestras sociedades.
En una cultura que glorifica la juventud y margina a los mayores, especialmente a las mujeres, ¿no es comprensible que alguien quiera aferrarse a esos atributos?
Sus comportamientos, aunque cuestionables, podrían verse como una respuesta —tal vez desacertada— a presiones sociales profundamente arraigadas.
El espejo de Virginia, Carla e Isabel
El caso de estas participantes de Gran Hermano es un espejo que refleja tensiones más amplias en nuestra sociedad: el culto a la juventud, la brecha generacional, la presión mediática, y los dilemas éticos del entretenimiento.
Sus acciones han sido y son criticadas fuertemente desde ángulos ligados al mismo programa, tales como los panelistas y ex jugadores de GH, así como desde la crueldad anónima de las redes sociales.
Pero tales críticas deberían también obligar a examinar las propias suposiciones sobre la edad, la identidad y el valor personal en la era digital.
Viejos se hacen
La destacada gerontóloga neoyorkina Margaret Morganroth Gullette argumenta que “envejecemos más por la cultura que por la biología”.
En su libro “Declining to Decline”, sostiene que las narrativas culturales sobre la pérdida y el declive moldean nuestra experiencia del envejecimiento más que los cambios físicos.
En este contexto, las acciones de estos ex jugadores/as de GH adquieren una visión diferente. Su intento de “rejuvenecerse” puede verse como una respuesta desesperada a un sistema que les dice que están perdiendo valor.
Sus participaciones en Gran Hermano podrían ser un intento de resistir la invisibilidad social, de gritar: “Aún estoy aquí, aún importo”.
No hay reglas que prohíban a personas de más de 50 años participar en Gran Hermano.
Al contrario, hacerlo podría verse como un acto de empoderamiento, de desafío a estereotipos sobre el envejecimiento.
Interrogantes éticos
Por otro lado, el esfuerzo por parecer más jóvenes —a través de vestimenta, lenguaje y comportamiento— plantea interrogantes éticos.
¿Son fieles a sí mismos/as o niegan su propia identidad?
¿La conducta de ellas refuerza inadvertidamente la idea de que el valor de una mujer disminuye con la edad?
Además, incluir a los propios hijos/as en la confrontación y apoyo para avanzar en el juego podría juzgarse como un desborde de líneas éticas, priorizando la ambición por sobre la protección de los lazos familiares ante un formato televisivo y un costo psicológico del mismo que presenta reparos al menos a ponderar.
Por lo dicho y otros elementos de análisis, es tentador juzgar estas acciones como egoístas o narcisistas, especialmente cuando aparentan competir con jóvenes en sus propios términos.
Sin embargo, este juicio podría reflejar sesgos propios de toda la sociedad actual.
La resistencia a un paradigma social consolidado acerca de la vejez es muy problemática.
Al tratar de encajar en moldes juveniles, paradójicamente refuerzan los mismos sistemas que los/as marginan. En lugar de desafiar los estereotipos sobre el envejecimiento, los validan al sugerir que lo “joven” es superior.