Abundan cada vez más en la televisión actual, especialmente en programas de corte polémico y ligados al entretenimiento. Su creciente protagonismo plantea interrogantes sobre la calidad y la responsabilidad de los contenidos que se difunden

La figura de los denominados “panelistas”, a diferencia de los tradicionales analistas o especialistas invitados, raramente cuentan con una formación o trayectoria profesional sólida relacionada con los temas que se debaten. En su mayoría, provienen del mundo del espectáculo, las redes sociales o la farándula, siendo éste su principal aval y motivo de convocatoria.
La falta de experticia se evidencia rápidamente en el nivel superficial y caótico de sus intervenciones. Lejos de aportar información contrastada y elaborada, estos panelistas suelen limitarse a expresar opiniones carentes de fundamentación, sustentadas principalmente en rumores o en los escuetos “mensajes de texto” de la audiencia, sin fuentes verificadas y confiables.
Esta dinámica, lejos de fomentar un diálogo constructivo, desemboca en acaloradas controversias o discusiones sin sentido que rozan el espectáculo burdo y el sensacionalismo. Se interrumpen constantemente, creando un caos audiovisual que distrae de la esencia de la discusión.
Cabe preguntarse entonces, ¿cuál es el verdadero aporte comunicacional de estos espacios? ¿Qué valor informativo ofrecen al público? La respuesta es desalentadora: muy poco o nada. Prevalece la improvisación sobre el análisis riguroso, la polémica estéril sobre el debate de ideas.
Demolición del derecho a estar bien informado
Su principal daño cultural es que demuelen el derecho del público a estar bien informado. Si la información es poder, la desinformación es impotencia. Para el televidente estar bien informado es tener capacidad de diferenciar. Discernir la verdad de la mentira, la noticia seria y fidedigna de las fake news.
En realidad, la incorporación indiscriminada de estos “panelistas” responde a una lógica mercantilista por parte de los medios. Se apuesta por perfiles mediáticos o controversiales que puedan generar rating y publicidad sin demasiado esfuerzo, en lugar de apostar por voces autorizadas y profesionales.
Este es un síntoma preocupante de la degeneración de ciertos espacios televisivos, que anteponen la espectacularización y las dinámicas propias de los programas de chismes y escándalos a su labor de informar y formar a la ciudadanía.
Está en manos de los medios el cambio de modelo de contenidos.
Pero también es responsabilidad de los propios televidentes reivindicar, con su elección de qué ver, la demanda de una programación de mayor calidad, que valore la profesionalidad, la preparación y el respeto al público por encima del oportunismo y las estrategias facilitistas de audiencia.
Los panelistas pueden tener su lugar, pero siempre y cuando ofrezcan aportes genuinos sustentados en su idoneidad, y no se conviertan en un simple espectáculo más del circo mediático.